Pero no perdonar la
ofensa; turbar tu clara y pura dicha con nubecillas oscuras, hecerte reproches
para que tu corazón se atormente y sufra, y palpite dolorosamente, cuando no
debe hacer otra cosa que exaltar jubiloso o tocar siquiera una sola hojita de las
tiernas flores que tú, al casarte con él, te pondrás en tus negros rizos ¡Oh,
no, eso no lo haré yo nunca, nunca! ¡Qué tu vida sea dichosa y tan clara y
gustosa cual tu dulce sonrisa, y bendita seas por el momento de ventura y
felicidad que diste a otro corazón solitario y agradecido!
¡Dios mío! ¡Todo un
momento de felicidad! ¡Sí!, ¿no es eso bastante para colmar una vida?...